La urgencia de una nueva Ética para la Política del Siglo XXI.
Mucho se ha hablado y escrito sobre corrupción e impunidad desde una lectura jurídica, política y psicosocial, pero ésto no puede alejarnos de echar un vistazo a lo que dice la filosofía política respecto al tema de la corrupción, es decir, los estudios de filosofía de la práctica, que tratan -para el tema que nos ocupa- de aquellas cuestiones que ya están -de acuerdo al cariz que toman las cosas del manejo político- pasadas de moda, como son la ética y la moral; a las que debe agregársele -últimamente- la filosofía no en el sentido dado irónicamente por Marx (1847) para su análisis de los valores, sino en el sentido de que los valores no económicos y no transables que han dejado de valer. Por ejemplo, el principio ético de utilidad propuesto por John Stuart Mill (1863) de que "... las acciones son justas en la medida que tienden a fomentar la felicidad", parece ser un principio que mantiene toda su vigencia, aunque con una pequeña particularidad que lo convierte en inmoral. Ahora se lo entiende como la felicidad de los gobernantes y de los que los rodean políticamente. Este principio original fue la regla de oro para más de un estadista latinoamericano, hasta no hace más de medio siglo; sin embargo, el mismo hoy se ha tornado en uso común en su segunda acepción, lo cual lo hace caer en un estado perverso, a través de acciones corruptas que apuntan a la satisfacción de necesidades personales y no a felicidad del pueblo que le ha sido encargado de gobernar. La democracia es la propia sociedad justa en funcionamiento, podríamos decir de manera general. Ante esta afirmación, el lector se encuentra frente a un enunciado que pretende ser éticamente neutral, pero que del mismo modo en que guarda celosamente la neutralidad del científico, tampoco dice algo en concreto acerca de las características de la democracia...
martes, 13 de noviembre de 2007
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